“Los patitos feos” DE BORIS CYRULNIK
Citas del libro “Los patitos feos” DE BORIS CYRULNIK
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La adquisición de recursos internos que se impregnan en el temperamento, desde los primeros años en el transcurso de las interacciones precoces preverbales, explicara la forma de reaccionar ante las agresiones de la existencia, ya que pone en marcha una serie de guías de desarrollo más o menos sólidas
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Durante la guerra de 1940,Anna Freud, al recoger en Londres a los niños cuyos padres habían sido destrozados por los bombardeos, ya había percibido la importancia de las alteraciones del desarrollo. Rene Spitz, por la misma época había señalado que los niños, desprovistos de una estructura afectiva, dejaban de desarrollarse. Fue sin embargo John Bwlby quien a partir de los años 50, consiguió despertar las más vehementes pasiones al proponer que el paradigma de la relación entre la madre y su hijo viene definida en todos los seres vivos ya sean humanos o animales, por el concepto de vinculo.
Solo en esa época la O.M.S. se atrevió a dar una pequeña beca de investigación para poner a prueba esta sorprendente hipótesis ……………………….
La antropóloga Margaret Mead se oponía a esta hipótesis sosteniendo que los niños no tenían necesidad de afectividad para crecer, y que “los estados de carencia se relacionan sobre todo con el deseo de impedir que estas mujeres trabajen
La existencia de una causalidad lineal es no obstante inconstestable: maltratar a un niño n le hace feliz. Sus desarrollos se detienen cuando es abandonado .Alice Mille, Pierre Straus y Michel Manciaux fueron los pioneros de la iniciativa tendente a demostrar que hoy nos parece evidente, cuando lo cierto es que hace 20 años provocaba incredulidad e indiferencia. Los estudios sobre la resiliencia no refutan en modo alguno estos trabajos, que aun hoy en día son necesarios.
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Observar como se comporta un niño, no es etiquetarlo ni matematizarlo. Al contrario, es describir un estilo, una utilidad y una significación. Describir cómo un niño en una etapa pre verbal descubre su mundo lo explora y lo manipula como un pequeño científico, permite comprender “esa formidable resiliencia natural que todo niño sano manifiesta al tener que enfrentarse a los imprevistos que inevitablemente deberá encontrar en el transcurso de su desarrollo “
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¡Hace 10-15 años, algunos grandes nombres de nuestra disciplina afirmaban que los niños jamás tenían depresiones o que era posible reducir su s fracturas o extirparles las amígdalas sin anestesia porque no sufrían! Por el contrario, otros médicos pensaron que era necesario atenuar sus sufrimientos. Sin embargo la técnica frecuentemente eficaz de los medicamentos de las estimulaciones eléctricas y de las infiltraciones ha dado poder a los expertos del dolor. Y por tanto hoy en día, cuando una enfermera despega un vendaje provocando dolor, cuando una migraña con la suficiente rapidez o cuando un gesto de pequeña cirugía se convierte en noticia de primera plana, el niño y sus padres miran con malos ojos al especialista y le reprochan que les haya producido dolor. Aún no hace mucho tiempo, cuando un niño se lamentaba, se le recriminaba por no estar comportándose como un hombre, y él era el avergonzado. Ayer, el dolor probaba la debilidad del herido, hoy en día revela la incompetencia del especialista.
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“La vida intrauterina y la primera infancia se hallan mucho más imbricadas en una conexión de continuidad de lo que induce a pensar la impresionante cisura del acto del alumbramiento”
Constutiyen el primer capitulo de nuestra biografia
El tacto constituye el canal primordial a partir de la séptima semana. A partir de la undécima semana, el gusto y el olfato funcionan como un único sentido cuando el bebé deglute un liquido amniótico perfumado por lo que come o respira la madre. Sin embargo, a partir de la vigésimo cuarta semana, el sonido provoca una vibración del cuerpo de la madre y viene a acariciar la cabeza del bebé. El niño reacciona a menudo con un sobresalto, una aceleración del ritmo cardiaco o un cambio de postura.
Una continuidad en el estilo de comportamiento. Pag. 52
Vida psíquica prenatal “no-hay más-que”
No hay más que sentarse en un sillón mientras el especialista, en el transcurso de la segunda ecografía legal, pide a la madre que recite una poesía o que pronuncie algunas palabras. Las cintas que se analizaran mas tarde no registraran, en beneficio de la claridad del análisis, mas que algunos ítems: Aceleración del ritmo cardiaco, flexión-extensión del tronco, movimiento de los miembros inferiores y de los miembros superiores, movimientos de succión y movimientos de cabeza. Da la impresión de que cada bebé manifiesta un tipo de respuesta que le es propio. Algunos prefieren brincar como pequeños Zidane; Otros se centran en el lenguaje de las manos, apartándolas o apretándolas contra el rostro o contra el corazón como pequeños cantantes; otros aun responden a la voz materna chapándose el pulgar; mientras que una minoría apenas acelera los latidos de su corazón y permanece con los brazos y las piernas cruzados. Estos últimos probablemente piensen que aun tienen entre seis y ocho semanas por delante para demorarse sin ningún problema en este alojamiento uterino y que ya tendrán tiempo para responder a estas estúpidas indagaciones de los adultos.
TRANSPARENCIA
Las respuestas intrauterinas representan ya una adaptación a la vida extrauterina. Al final del embarazo se manifiestan incluso movimientos
defensivos que prueban que el niño sabe ya tratar ciertos problemas de orden perceptivo: retira la mano al notar el contacto con la aguja de la amniocentesis o, por el contrario, viene a pegarse contra la pared uterina cuando el especialista en háptica aprieta suavemente el vientre de la madre. Mucho antes de que se produzca el nacimiento el bebé deja de estar dentro de la madre y pasa a estar con ella. Comienza a establecer algunas interacciones. Responde a sus demandas de comportamiento, a sus sobresaltos, a sus gritos o a su sosiego mediante cambios de postura y aceleraciones del ritmo cardiaco.
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EN DONDE SE APRECIA QUE LA BOCA DEL FETO REVELA LA ANGUSTIA DE LA MADRE
Hablar frente al rostro de un bebé provoca su sonrisa. Volver la cabeza mientras se le habla o ponerse una máscara no le divierte en absoluto. Estas observaciones experimentales no excluían el trabajo de la palabra, que confiere a la persona una coherencia interna. ¿Cómo se las arregló este psicoanalista para describir, ya en 1958, los comportamientos de un feto que no podía ver? ¿Cómo hizo para observar el “prototipo de la angustia (….), el origen fisiológico del desarrollo del pensamiento humano”, y como pudo apreciar el efecto auto apaciguador de los comportamientos de la boca, a la que llamaba “cavidad primitiva”?. Cuantos más movimientos hace el feto con la boca, menos se agita su cuerpo. Lamer, comer, besar y hablar que constituirán el eficaz tranquilizante que le acompañara de por vida.
No ha nacido uno aún y ya se esta uno tejiendo. Se trata de una memoria sensorial
Una situación natural permite observar a simple vista de que modo los fetos de siete meses y medio adquieren las estrategias de comportamiento que ya empiezan a caracterizarles. Cuando los bebés prematuros vienen al mundo con varias semanas de antelación, se constata que no se desplazan al azar en el interior de las incubadoras. Casi todos brincan y ruedan sobre si mismos hasta lograr algún contacto. Algunos se calman tan pronto han tocado algo, que puede ser una de las paredes de al incubadora, su propio cuerpo o un estimulo sensorial proveniente del entorno humano, como una caricia, el acto de cogerlo en brazos, o incluso, simplemente, la música de una palabra. Parece que los bebés prematuros capaces de moverse hasta entrar en
contacto con lo que les tranquiliza son aquellos que han estado en el seno de una madre sosegada. Por el contrario, los mocosos que se mantienen prácticamente inmóviles o los que se comportan de un modo frenético y resultan difíciles de calmar serian los pertenecientes a madres desdichadas o estresadas, madres deseosas de abandonar al niño o, al contrario, tendentes a ocuparse de él en exceso.
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Por consiguiente, ¿podría actuar un determinado contenido psíquico de la mujer encinta sobre el estado del comportamiento psíquico del recién nacido?. Formulada de este modo, sin más explicaciones, la cuestión corre el riesgo de evocar una suerte de espiritismo, si no supiéramos que la transmisión psíquica es materialmente posible. Basta con asociar el trabajo de una psicoanalista con las observaciones de comportamiento que realizan las tocólogas para hacer visible el hecho de que el estado mental de la madre puede modificar las adquisiciones de comportamiento que efectúa el bebé que alberga.
Por mucho que digamos que el embarazo no es una enfermedad, no por ello deja de ser una dura prueba. Pese a los inauditos progresos dl seguimiento de las mujeres encinta, “sólo el 33% de las mujeres embarazadas están psíquicamente sanas, el 10% sufren trastornos emocionales notables, el 25% presenta alguna patología asociada, y el 27% ha tenido antecedentes ginecológicos y obstétricos responsables de citaciones de angustia.
El niño de un hombre al que detesta, o si el simple hecho de convertirse en madre como su propia madre evoca recuerdos insoportables, su mundo intimo será sombrío. Ahora bien, las pequeñas moléculas del estrés atraviesan fácilmente el filtro de la placenta. El abatimiento o la agitación de la madre, su silencio o sus gritos cuajan en torno al feto un medio sensorial materialmente distinto. Lo que equivale a decir que las representaciones íntimas de la madre, provocadas por sus relaciones, ya sean éstas actuales o pasadas, sumergen al niño en un entorno sensorial de formas variables.
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A veces se da el caso de que algunas madres nieguen el nacimiento del niño que acaban de traer al mundo: ”Tuve una ciática muy fuerte…. Tenía un fibroma…”. en todos los casos, por así decirlo, se trata de mujeres aisladas
para quienes el embarazo ha llegado a adquirir el significado de una tragedia: “Si me quedo embarazada de este hombre, perderá mi familia y mi vida”. Y en esos casos, la negación les permite calmar la angustia, mientras su propio embarazo se desarrolla a su pesar. Este conflicto, y, sobre todo, su modo de resolución – que alivia a la mujer obviando su realidad (“No me habléis de mi embarazo”)-, le impiden adquirir el sentimiento de estar convirtiéndose en madres.
Durante los primeros días, las características del comportamiento, el “cómo” del comportamiento del recién nacido, adquiere una función algo mas personalizada. “Su estilo de comportamiento (…) y la forma en que se comporta un bebé (…) durante las primeras semanas que siguen a su nacimiento, influyen en la forma en que los demás se comportan ante él”.
LOS RECIEN NACIDOS NO PUEDEN IR A PARAR A NINGUN OTRO SITIO QUE NO SEA LA HISTORIA DE SUS PADRES.
Ciertos padres tienen la dicha de acoger a niño de temperamento fácil. Estos recién nacidos manifiestan desde su llegada al mundo unos ciclos biológicos regulares y previsibles. Los padres se adaptan sin dificultad, lo que les permite no experimentar el nacimiento del bebé como la llegada de un pequeño tirano. Todo acontecimiento nuevo alegra a este niño que se despierta sonriente y se calma al menor contacto familiar.
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GRUPO DE NIÑ@S
Un padre agotado por sus condiciones de trabajo o entristecido por el significado que adquiere el niño (“Me impide ser feliz, viajar, continuar mis estudios”), una madre aprisionada por este pequeño tirano, vivirán sus chillidos nocturnos o su carácter intratable como una voluntad persecutoria. Exhaustos y decepcionados, se defienden agrediendo al agresor que, sintiéndose inseguro, chilla y aumenta mas aun su temperamento arisco.
Los niñ@s excesivamente activos se lanzan sobre todo lo que pueda constituir un acontecimiento. Tan pronto como aprenden a gatear, tiran de los manteles, meten los dedos en los agujeros peligrosos, se lanzan sin miedo abajo y arriba de los peldaños de la escalera. Algunos años mas tarde, provocaran el rechazo de las personas de su entorno. En el colegio, donde la obligación de permanecer inmóvil es inmensa, se comportan como inadaptados, lo que explica su mal pronostico social. Sin embargo, en otro
contexto, en el campo o en una fabrica, lugares en donde la motricidad posee un valor de adaptación, este frenesí de acción hacen de ellos unos compañeros muy solicitados.
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Por el contrario, en Estamos Unidos, unos padres agitados y ruidosos alternan el huracán de su presencia con el desierto de sus reiteradas ausencias. Los niños se adaptan a esta situación desarrollando unos rasgos de comportamiento que alternan el frenesí de la acción con la ceba a que se los somete, a través de los ojos y la boca, con el fin de colmar el vacío de su desierto afectivo.
Las estrategias de socialización se diferencian muy pronto. Un rasgo de temperamento impregnado en el bebé antes y después de su nacimiento debe encontrar una base de seguridad en los padres. Sobre el cimiento de esta seguridad se levantaran los andamios de la primera planta del estilo de relación.
La base inicial reposa sobre un triangulo. El recién nacido aun no sabe quien es y quien no es el mismo, ya que en esta fase de su desarrollo un bebé es lo que percibe. Ahora bien, en su primer mundo, percibe un gigante sensorial, una base de seguridad a la que llamamos “madre” y en torno a la cual gravita otra base menos pregnante a la que denominamos “padre”. En este triangulo, todo recién nacido recibe las primeras impresiones de su medio y descubre quien es gracias a los primeros actos que efectúan en él.
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“Marieta siempre ha tratado de rebajarme. Cuando era un bebé, se negaba a aceptar el pecho pero tomaba el biberón con una gran sonrisa en brazos de su padre. Tenia celos de ella. No conseguía que nuestra relación fuese más próxima”. Hoy en día, la muchacha no deja pasar una sola ocasión de humillar a su madre.
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Evangélia grito en 1923, viendo a su hija en la maternidad del Flower Hospital de Nueva York: “!lleváosla, no quiero verla ¡”. Esta frase expresaba su desesperación por haber dejado Grecia y encontrarse sola en Nueva
York. Su marido, abatido, había olvidado inscribir a la niña en la oficina del Registro civil. Los primeros años del desarrollo de la pequeña Maria fueron difíciles, volviéndola lenta y frágil a causa de su aislamiento afectivo. Algunas décadas mas tarde se convertiría en la magnifica Maria Callas, cuyo talento y personalidad conmocionaron el mundo de la lírica”.
Las alteraciones iniciales debidas a la desdicha de los padres, la difícil historia de la pareja y su pasado personal, explican sin duda la compensación bulímica de la joven Maria, que trataba de colmar así su vacío afectivo. Sin embargo, mas adelante, el encuentro con el círculo operístico, al colmarla de una forma distinta, añadió un nuevo elemento determinante que le dio una asombrosa voluntad de trabajar y adelgazar.
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Elisabeth Fivaz y Antoinette Corboz sugieren estudiar cuatro tipos de alianza: las familias cooperadoras, las estresadas, las que caen en el abuso y las desorganizadas.
La actitud de estas dos investigadoras consiste mas bien en considerar a la familia como a una unidad funcional, un grupo practica en el que cada acción de uno de sus miembros provoca las reacciones de adaptación de los demás. Por consiguiente, él triángulo es la situación natural de desarrollo de todo ser humano. Durante los días que siguen a su nacimiento, un potro o un cordero se desarrollan en respuesta a los estímulos sensoriales que provienen del cuerpo de las madres. Este cuerpo a cuerpo constituye un entorno suficiente para el desarrollo de sus respectivos aprendizajes. Sin embargo, a partir del segundo o tercer mes de vida, el bebé humano deja de vivir en un mundo en el que predomine el cuerpo a cuerpo. Mira mas allá de ese cuerpo a cuerpo y habita y habita ya en un triangulo sensorial en el que lo que descubre se percibe con los ojos del otro. Y eso lo cambia todo. Puede negarse a mamar en brazos de su madre y aceptar en cambio todo. Puede negarse a mamar en brazos de su madre y acepta en cambio, sonriente, el biberón en el regazo de su padre.
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Y en una misma familia, se puede manifestar un estilo de comportamiento con un niño y otro distinto con su hermano y su hermana, lo que estimula la resiliencia de uno y la vulnerabilidad de otro.
Un hogar de acogida constituye, pese a la diversidad de personas que lo componen, una verdadera “personalidad” cuya representación viene constituida por sus muros y reglamentos.
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El temperamento y el carácter son dos de los componentes de una misma persona. Ambos han sido descritos por la psicología clásica y son difíciles de disociar. Admitamos que el temperamento constituya la parte hereditaria y biológica que se encuentra impregnada en la personalidad. Este temperamento se transforma casi inmediatamente en un carácter compuesto por una serie de atributos, atributos adquiridos al modo de un aprendizaje.
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En el momento de la ontogénesis del aparto psíquico, el embrión responde en primer lugar a las percepciones (pinchazo, presión, sonidos de baja frecuencia). Después, el feto aprende a responder a ciertas representaciones biológicas (memoria de imágenes, de sonidos o de olores). Por ultimo, el niño que ya habla responderá a las representaciones verbales. A partir de ese momento, se podrá provocar o suprimir un sufrimiento mediante un simple enunciado: “Mamá te ha abandonado”, o, por el contrario: “No llores más, enseguida vuelve”.
Estos dos investigadores también constataron que toda privación de entorno afectivo detenía el desarrollo de los seres vivos que tienen necesidad de establecer un vínculo afectivo para alcanzar la plenitud.
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En menos de tres meses, el lactante habrá adquirido una estabilidad de comportamiento, un “cómo” de la relación, una forma de ir él mismo en busca del tranquilizante natural y del estimulo para la exploración del que tendrá necesidad si quiere equilibrar su vida emocional. Antes de que termine su primer año de vida ya se habrá afianzado su pequeño carácter. Sabremos como procederá para expresar sus angustias, para calmarse, para seducir a los desconocidos, para huir de ellos o, en ocasiones, para agredirles. En pocos meses, el lactante que no era mas que lo que percibía, se ha convertido en un actor en su triangulo. Y eso trastoca su manera de ser en el mundo.
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El vinculo afectivo protector, él mas frecuente (65%), y fácilmente observable en cualquier cultura, es el que muestra un niño que, al obtener seguridad gracias a la presencia de una persona con la que esta familiarizada, no duda en alejarse de su madre para explorar su pequeño mundo y volver después a su lado para compartir el entusiasmo de sus descubrimientos. En el momento de la primera separación, este tipo de niño encuentra una solución para resolver su angustia. Se aproxima a la puerta, se concentra en sus descubrimientos, acepta parcialmente los intentos de apaciguamiento que realiza la persona desconocida, y tan pronto como regresa su madre se precipita hacia ella para intercambiar algunos contactos y sonrisas, mostrándole el resultado de sus exploraciones.
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El vinculo de evitación (20%) revela otra forma de abordar la relación afectiva. En presencia de su madre, el niño juega y explora pero no comparte. Cuando la madre “desaparece”, su desamparo es difícil de consolar. Y cuando vuelve, no corre hacia ella para obtener seguridad; como mucho, dirigirá su atención hacia un juguete que no este demasiado alejado.
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El vinculo afectivo de carácter ambivalente (15%) muestra un niño muy poco dado a la exploración mientras su madre esta presente. Su angustia es grande cuando desaparece. E incluso tras su regreso, sigue siendo difícil consolar.
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Los cuatro tipos de vinculo afectivo que se han indicado y que aparecen entre los meses caracterizan el andamiaje de las primeras plantes.
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No obstante, es fácil “reanimarlos”, a condición de que la madre se encuentre mejor o que haya un sustituto que decida entrar en el mundo de estos niños y les invite a establecer una relación. Sin embargo, son los adultos los que han de proporcionar las guías de resiliencia, ya que los niños
que conviven con una madre deprimida saben aceptar las invitaciones pero no se atreven a tomar la iniciativa. No solicitan la interacción de los demás, pero se muestran encantados de que se les anime a interactuar.
Los cuatro tipos de vinculo afectivo tienen un buen pronostico…¡ a corto plazo!. Un niño impregnado por el vínculo protector (65%) tiene un pronostico de desarrollo mejor y una mejor resiliencia, ya que, en caso de desgracia, habrá adquirido un comportamiento de seducción capaz de enternecer a los adultos y transformarlos inmediatamente en base de seguridad. Los niños con vínculos afectivos de evitación (20%) mantienen a distancia a los responsables que estarían dispuestos a ocuparse de ellos. Y en cuanto a los vínculos afectivos de los tipos ambivalentes (15%) y desorganizado (5%), hay que decir que son de mal pronostico, ya que los adultos, debido a lo difícil que es querer a estos niños, se despegan de ellos o los rechazan.
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La observación se detalla como sigue. En un primer momento, un lingüista valora el modelo operatorio interno de los padres durante una “entrevista sobre el tipo de vinculo afectivo de los adultos”. El lingüista les pide que cuenten cómo imaginan la relación de su vinculo afectivo con el niño que esta por llegar. Unos cuantos meses mas tarde, un etólogo analiza el modo de interacción que se ha organizado en torno al recién nacido. Un año mas tarde, la prueba de la situación extraña definida por Mary Ainsworth concede al etólogo la posibilidad de valorar el estilo de comportamiento del niño, su forma de establecer los vínculos y el modo en que el provoca, a su vez, las respuestas de los adultos.
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Esta madre puede aferrarse a el para clamarse ella, cediendo a un feroz impulso de supervínculo, y en el instante inmediatamente posterior, desesperada, agotada, zarandearlo con dureza. Esta madre considera a su hijo como un agresor cuando lo único que el niño hace es pedir un poco de seguridad. Un simple gesto, una sonrisa o una palabra apaciguadora habrían bastado, si la madre hubiera tenido fuerzas para exteriorizarlas. Este tipo de niños, embrutecidos, se vuelve incapaces de ir en busca de su base de seguridad. En el transcurso de su primer año de vida, no son capaces de
aprender a salir airosos de la inevitable prueba que supone la angustia de la separación. Toda presencia les resulta insoportable, dado que les transmite angustia y les desorganiza el mundo. Toda ausencia se les hace insufrible, ya que no han tenido ocasión de aprender a inventar un sustituto tranquilizador, no saben como aferrarse a un osito de peluche u otro objeto semejante, y no han asimilado el modo de entregarse a un canturreo o a una imagen mental que representen a la madre y asuman su función de fuente de seguridad cuando se ve obligada a marcharse.
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Este proceso de alejamiento no puede producirse mientras el niño se encuentra prisionero de su madre, de su padre o de una institución. Cualquier desgarro será difícil de repasar si el sufrimiento de la madre la hace incapaz de brindar seguridad al niño, si la psicología del padre hace imperar el terror, o si una sociedad petrificada transforma en estereotipos los comportamientos que se dirigen al niño. Si la madre esta enferma, se siente alterada o se encuentra prisionera de un marido o de una sociedad rígida, los niños adquirirán unos estilos de vinculo afectivo que los vuelvan inseguros o que resulten embrutecedores. En caso de accidente, estos niños son vulnerables. Solo pueden tejer una resiliencia si encuentran a unos adultos motivados y formados para este trabajo, cosa que depende esencialmente de quienes han de tomar las decisiones políticas.
Efectivamente, los niños que han establecido con facilidad un vinculo afectivo no tendrán ninguna dificultad en pasar a la siguiente fase de su andamiaje psíquico, debido a que es agradable quererlos y a que se han convertido ya en autores de su vinculo. Este estilo temperamental es una forma de amar que facilita el tejido de ulteriores vínculos afectivos: los que se establecerán en la guardería y con los adultos que no le resulten familiares, adultos q los que los niños preverbales saben transformar en base de seguridad. De este modo, se consolida una estabilidad interna con la complicidad inconsciente de los adultos que, atraídos por estos niños, robustecen mas aun a los que ya eran fuertes.
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Lo que corre el riesgo de instalarse en el caso de los niños impregnados con un vinculo afectivo generador de inseguridad es una espiral de signo opuesto. Un niño con vinculo de evitación no gratifica a un adulto, un niño
ambivalente lo exaspera, y un niño embrutecido lo desanima, todo lo cual agrava sus dificultades de relación.
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Este segundo bebé, pese a sus semejanzas con el primero, adquiría casi siempre el significado del que está de más. En los días inmediatamente posteriores. Una minúscula diferencia de morfología o de comportamiento permitía a la madre diferenciarlos y dirigir a cada uno de ellos gestos, mímicas y palabras capaces de construir entornos sensoriales distintos.
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Por consiguiente, la transmisión es inevitable. Dado que un lactante tiene necesidad de un vinculo afectivo para desarrollarse con plenitud, solo puede desarrollarse en el mundo sensorial que otro genera.
Hacia el octavo mes, él vínculo afectivo que une la historia de los padres con el modelado del temperamento del niño lleva ya tiempo tejiéndose. Sin embargo, ya desde esta misma época, el niño se vuelve capaz de actuar de forma intencional sobre el mundo mental de los adultos próximos. “Será la aparición de la intersubjetividad la que permita que el lactante pase de la tríada de comportamiento a la tríada intrapsiquica (…)” . Y dado que el niño aun no habla, tendrá que penetrar en el mundo psíquico de los adultos mediante el gesto.
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Esta autora confirma que, a partir del octavo mes, los niños manifiestan poseer una preferencia de comportamiento cuando tratan de comunicarse.
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Nuestras observaciones clínicas sostienen fácilmente esta idea: tan pronto como un bebé accede al mundo de la designación, entre el décimo y el decimoquinto mes de vida, el objeto que señala habla de la historia de sus padres.
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Si embargo, en cada fase del desarrollo, es preciso renegociar los procesos de resiliencia. La proeza intelectual preverbal que a partir del décimo mes
permite compartir el mundo mental de los padres proporciona a la edad del “no” que aparece hacia el tercer año de vida, un pretexto para oponerse.
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El otro comportamiento que da fe de esta metamorfosis es le asombroso “silencio vocal del decimosexto mes “. El niño que antes chillaba, reía, lloraba y baboseaba sin cesar, se vuelve de pronto silencioso. Este pequeño contexto de perplejidad permite comprender que el niño cambia de actitud en su mundo humano. Tan pronto como comprende que existe un mundo invisible en el interior de los demás y que es posible descubrir ese mundo mediante las pasarelas verbales, el niño, fascinado por este descubrimiento, experimenta un sentimiento mixto de placer e inquietud. Ahora bien, el modo en que los adultos interpretan este periodo de perplejidad orienta al niño hacia el placer de hablar o hacia el temor de hacerlo.
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El dedo índice ya venia funcionando desde tiempo atrás, puesto que gracias a el podía, como si de una minúscula varita mágica se tratase, guiar la mirada del otro y crear así una serie de acontecimientos compartidos. Sin embargo, lo que ahora nos autoriza a recurrir a todas esas adquisiciones es la representación teatral sin palabras de los comportamientos de fingimiento. Se puede afirmar claramente que un niño que juega a las comiditas o finge que le duele algo es un niño que comienza a participar en la cultura humana.
Estas respuestas parecen respuestas de imitación.
Se trata de un fenómeno de memoria mas que de una reproducción intencional.
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Las relaciones de afinidad son asombrosamente precoces y duraderas. La edad, el sexo y el estilo de comportamiento son los elementos que determinan la elección. Al terminar el segundo año de vida, las niñas prefieren a las niñas. Los niños esperaran al final de su tercer año para mostrar preferencia por los niños. Las niñas juegan a hablar mejor que los niños y gustan de intercambiar algunos objetos para entablar relaciones. Con algo de retraso, los niños jugaran mejor que las niñas cuando se trate de crear acontecimientos con palos y pelotas o de subirse a sitios difíciles.
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Esta es la razón de que los bebes chinos estén tan atentos a las superseñales intensas, coloreadas y rítmicas que les ponen ante los ojos los rituales chinos, mientras que los bebés estadounidenses se exasperan en su medio, que, al ser sonoro y resultarles estimulante, pese a parecerles incoherente y desorganizado, los convierte en niños hiperactivos. El medio sensorial que exaspera a estos bebés se organiza de este modo como consecuencia de un mito que glorifica a los adultos que trabajan día y noche, que saben afirmar su personalidad hablando en voz muy alta y que no dudan en cambiar de trabajo, trasladar su domicilio o mudar de pareja.
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Es frecuente que esta idea se acepte mal, como si fuera indecente sonreír ante el sufrimiento propio. Es cierto que el margen de maniobra es estrecho y que en el humor fallido, cuando el riesgo ha sido mal calculado, la broma sienta como un tiro y humilla al que ha sido herido. Y sin embargo, los aspectos vinculados a la relación de esta representación psíquica, aspectos que transforman una desgracia en placer, se observan todos los días en el teatro familiar del humor preverbal.
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“Por consiguiente, el humor es un elemento de gestión con efectos liberadores”. Y así es, con la condición de que se haga con el una representación social. A partir del décimo mes, un niño que juega a fingir ha aprendido ya a compartir su mundo. Si le sobreviene alguna pena, si se cae o se hace daño, puede provocar la ayuda que precisa, pues ya sabe cómo transformar su infortunio en relación. Cuando se produce el pequeño drama de la petición de ayuda, sus interlocutores son sus figuras de vinculo: sus padres, las personas que le dispensan cuidados, o sus compañeros. Algunos adultos, encandilados por estos comportamientos de búsqueda de afecto, se deleitan a veces robusteciéndolos en exceso, mientras que otros quedan horrorizados por el sufrimiento que el pequeño drama evoca en su historia personal y desaniman al niño, haciéndole perder este factor de resiliencia.
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Necesitamos de otra persona para representar una comedia. Necesitamos interlocutores que nos den la replica, y espectadores que hagan válidos
nuestros esfuerzos. Cuando las figuras de vinculo no desaniman a los niños se constata que los bebés que conocen el humor son los mismos que, mas adelante, se convertirán en los jóvenes con mayor capacidad creativa y los que más se divertirán con la aparición de acontecimientos insólitos.
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La etología nos enseña que el comportamiento y las emociones no pueden impregnarse en la memoria mas que en un cierto orden y en ciertos momentos. Hacia el segundo año de vida, las huellas cerebrales no conscientes de los primeros 20 meses se ven seguidas por una memoria de imágenes visuales y sonoras, memoria a la que se añadirá la de los relatos a partir del periodo que va de los cinco a los seis años. En cada etapa, los mismos acontecimientos generan unos efectos traumáticos distintos.
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En la época en la que aun contaba con sus dos padres, la perdida de objetos inducía un comportamiento de búsqueda, y luego, muy rápidamente, se ocupaba de otra cosa. Desde el fallecimiento de su padre y el alejamiento de su madre, toda perdida se había convertido en una prueba. La muerte de su gato provocó un sufrimiento tal que, al llegar a la adolescencia dijo: “No deberían existir gatos perdidos en el mundo”
Solo se pudo recuperar tejiendo a su vez una relación afectiva estable.
Este primer estudio catamnesico, que unió una larga observación directa a la psicoterapia, permite mostrar el modo en que una privación precoz crea un movimiento de vulnerabilidad que exige una compensación para volver a alcanzar un equilibrio. El trauma inscribe en la memoria una huella biológica que se oculta bajo los mecanismos de defensa pero que no se apaga.
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A veces el niño se desarrolla correctamente pero su medio falla. La señora Blos se encontraba en plena depresión cuando trajo al mundo a la pequeña Audrey. A la edad de 12 meses, la niña no sabia obtener seguridad al lado de nadie que no fuera su madre. Tan pronto como esta reunía unas pocas fuerzas para ocuparse de la niña, la pequeña se arrojaba en su regazo para abrazarla o para pegarle, manifestando de este modo un supervínculo afectivo de tipo ansioso y ambivalente.
Cuando se observa con regularidad a los hijos de madres depresivas, se constata la puesta en marcha de unas interacciones empobrecidas. El sufrimiento de la madre no prepara bien para la relación conjunta y no permite adquirir al niño los comportamientos de seducción que confieren a los adultos el placer de ocuparse de él. Sus intercambios de miradas son breves, en un contexto de mímicas faciales agarrotadas y desprovistas de expresiones de placer. Las palabras de la madre son escasas y monocordes.
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Cuando sobreviene un desastre en este estadio del desarrollo, la libertad se detiene puesto que el edificio psíquico está en ruinas. Sin embargo, el flujo vital es de tal naturaleza que, al igual que un rió, el niño reanudara el curso de su desarrollo en una dirección que el trauma habrá modificado. Para que el flujo vital momentáneamente represado por el accidente pueda reanudar su curso, es preciso que el niño sufra menos a causa de su herida, que su temperamento hay quedado bien impregnado por su medio precoz, y que en torno al niño herido se hayan dispuesto algunas guías de resiliencia.
Se conoce la causa, se conoce el remedio y, sin embargo, todo se agrava
A partir del momento en que Anna Freud, René Spitz y John Bowlby, durante la Segunda Guerra Mundial, pusieron en evidencia la necesidad de afecto en el desarrollo de los niñ@s, se habría podido creer que, habiendo detectado la causa y disponiendo del remedio, este genero de sufrimientos por carencia afectiva iban a desaparecer. Lo que se observa es lo contrario. La depresión precoz y las carencias afectivas no solamente no han desaparecido, sino que aumentan incluso en las familias acomodadas, según constata Michael Rutter.
Sabemos que la mayoría de los trastornos son reversibles, sabemos como hay que abordar el problema, lo hacemos…!La explicación es clara. Las carencias provocadas en los años cincuenta por la privación afectiva en los hospitales y en las instituciones han experimentado una regresión muy importante en los países desarrollados. Conocemos los síntomas, y hoy en día los clínicos saben detectar una depresión precoz del lactante desde la aparición de la primera señal de “retraimiento en la relación”. Antes de llegar al cuadro trágico del bebe abandonado, inmóvil, paralizado, son mímicas faciales, con la mirada perdida, insomne e inapetente, podemos apreciar la aparición de una pequeña lentitud de respuesta, el atisbo de un repliegue sobre sí mismo, el surgimiento de “un vinculo afectivo melancólico
entre un bebe de mirada paralizada y una madre de mirada perdida”. Si interpretamos este retroceso como un rasgo de temperamento propio de un niño bueno, dejaremos que se desarrolle un autentico cuadro depresivo puesto que nos acabamos de dar una buena razón para no ocuparnos de un niño que empieza a dejarse ir. Sin embargo, si aceptamos la idea de que un niño tiene que hacer tonterías para demostrar su alegría de vivir, nos inquietaremos por este retroceso.
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Ahora bien, a partir de la octava semana, un niño percibe preferentemente a una de sus figuras de vinculo afectivo.
La plasticidad del desarrollo hará el resto, tan potente es el flujo vital. Por consiguiente, no hay que buscar el origen de la detención del desarrollo en la depresión de la madre tan frecuente en la actualidad, sino más bien en la causa de su depresión. Algunas mujeres tienen dificultades para recuperarse de la conmoción hormonal del embarazo y el parto, ya que las hormonas tiene a menudo un efecto euforizante.
Se sienten inútiles en vez de liberados. Pag.109
La depresión posparto son de orden conyugal, histórico y social.
Las causas son conyugales cuando el padre escurre el bulto y lleva al bebé junto a su propia madre para que sea ella la que se ocupe de él…., o cuando menosprecia a su mujer porque no sabe ocuparse de un recién nacido. Por consiguiente, y a través de su comportamiento, el padre modifica la forma en que la madre constituye la burbuja sensorial que rodea al bebé.
Las causas son históricas cuando la madre atribuye a su hij@ un significado maléfico:”Se parece a mi padre que tanto me pego”, o: “Me impide volver a mi país”. En esos casos, la madre dirige al niño unos comportamientos adaptados a esa representación dolorosa que emana de su pasado.
Por ultimo, son sociales cuando nuestra evolución tecnológica o nuestras leyes modifican la condición de las madres. En la época en la que no se comprendían bien las relaciones madre-hij@, los lactantes nunca estaban tan solos.
En Italia, el 8% de los niñ@s de uno a tres años crecen en un lugar distinto al de su propia familia, mientras que esa cifra alcanza el 40% en Estados Unidos y el 50% en Francia.
Otras en que las que a veces disfrutan de un mejor entorno que en su propia casa, como sucede en Francia.
Revelaban que los niñ@s de las guarderías manifestaban casi todos hacia la edad de dos o tres años un vinculo afectivo inseguro.
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Estilo de vinculo afectivo desaparece en los niñ@s de las guarderías. El hecho de quedar al cuidado de puericultoras motivadas y cada vez más competentes ha transformado la burbuja que sustituye a la madre.
Ahora bien, incluso en el caso de que los niñ@s se confíen a las guarderías, la figura del vinculo afectivo sigue siendo la “madre acompañada”. Cuando esta base de seguridad esta bien impregnada en el temperamento del niño, la guardería se convierte en una oportunidad que permite la plena realización personal y en una estimulante conquista.
Esta mejora de la condición de las madres y sus bebés plantea al menos un problema: el pleno desarrollo se produce sobre el filo de la navaja. Si la madre es desgraciada en el trabajo, se vuelve a encontrar con el argumento de la transmisión de la desdicha, y si las guarderías son demasiado grandes o, como sucede en nuestras sociedades urbanas están organizadas de manera “anónima”, sin estructuras espontáneas, sin rituales de interacción ni costumbres, los niñ@s se hacen vulnerables a la mínima separación. Aprenden a temer la perdida y se defienden de ella desarrollando un tipo de vinculo afectivo frió y distante que les encauza en la dirección de una afectividad ligera. Este arte de amar poco les protege del sufrimiento de amar mucho. Sin embargo, la vida se vacía de su sabor, y sucede como con una amputación, que también preserva del mal. Ahora bien, nuestra urbanización planetaria, nuestras carreras sociales inestables, crean medios cambiantes y guarderías anomicas en las que todo se ve incesantemente trastornado.
Esto es lo que se aprecia en los medios en que se desenvuelven los marinos profesionales, o de los altos funcionarios que trasladan bruscamente su domicilio cada dos o tres años. Los intereses de la empresa no son forzosamente los de la familia y sus hij@s. Siempre lo ha hecho de forma insidiosa cuando nos obligaba a pasarnos la vida entera en una misma granja, con una única lengua, con una sola creencia y cuando decidía la carrera de los jóvenes mediante la imposición de circuitos sociales diferentes para los ricos y para los pobres, para los primogénitos, y para los hij@s menores, para los chicos y para las chicas. Sin embargo, en esa época, el padre representaba al Estado en la familia y lo más frecuente era que la madre aprendiese a respetar la ley de su Dios. El estado gobernaba por familia interpuesta, lo que no era anómico, sino todo lo contrario.
Los niñ@s que nacían en semejante contexto social tenían a su disposición guías de desarrollo verdaderamente muy diferentes. En algunos pueblos de África ecuatorial, se dice que “se necesita a la aldea entera para criar a u niño”. Hay toda una dotación de hombres que se reparte los papeles de padres; uno le enseña a labrar la tierra, otro a cazar; el antepasado exige cuantas, mientras otro convecino le enseña a transgredirlas. Las mujeres se agrupan para ayudarse mutuamente, pero la madre biológica sigue siendo una destacada figura de vinculo afectivo. En caso de tristeza, ella es la que conserva el poder de consuelo más eficaz y hacia ella se dirige el niño que sin embargo dispone de varios vínculos afectivos. Un niño que se queda huérfano en un contexto como este no conocerá el mismo destino que deberá vivir quien, en otra cultura, al perder a su padre, se vea desposeído de toda identidad y de toda herencia y por consiguiente tendrá muchos problemas para socializarse.
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Podemos imaginar que en los tiempos de los cazadores-recolectores las mujeres no tenían marido y los niñ@s no tenían padre. El triangulo sensorial debió organizarse alrededor de la madre, figura central del vinculo de afecto, un circulo de mujeres, rodeado a su vez por un tropel de hombres. La situación de huérfano, que era muy frecuente, no modificaba demasiado este entorno. “A menudo, esas familias del Antiguo Régimen que daban tanta impresión de solidez eran de echo familias inestables, incompletas, “hechas añicos”; a causa de los repetidos golpes de la muerte, las parejas se deshacen y se rehacen. En el siglo XVIII, por ejemplo, mas de la mitad de las uniones (51,5% duraba menos de 15 años, mas de un tercio (37%) tenían
una duración inferior a los diez años, debido al hecho de la muerte de uno u otro cónyuge.
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La presencia del padre precoz en él triangulo permite al lactante adquirir una aptitud para la socialización que, en caso de perdida ulterior, ofrecerá al niño un factor de resiliencia. El actual adalid de la figura del padre, Jean Lecamus, ha estudiado los efectos, no del padre social –que es asombrosamente diferente en función de las culturas – ni del padre simbolico que nace de la palabra, sino del padre real, el que asea, juega, alimenta, riñe y enseña. La simple presencia de este padre de carne y hueso tiene un efecto de “rampa de lanzamiento”. Las disposiciones sensoriales del padre y la madre son bióticas en este estadio del desarrollo. Pero el carácter sensorial no tiene la misma forma puesto que el del macho es diferente al de la hembra.
Las madres sonríen mas, vocalizan mas, pero mueven menos al lactante. Son más intelectuales y más dulces.
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El simple hecho de que los dos padres hayan podido impregnar en su hij@ una manera de inducir la existencia de relaciones diferentes ayudara al niño, en caso de desgracia, a abordar mejor su resocializacion. Si por ejemplo, se tiene que colocar a un niño de 20 meses en un medio de sustitución, observaremos que ya abr aprendido a orientar sus demandas de acción hacia los hombres y sus demandas de relación hacia las mujeres. Estos niñ@s, impregnados por un padre real, han aprendido a familiarizarse con la novedad.
Existen culturas en las que los niñ@s no tienen padre. Si un grupo de mujeres se ocupa de los niñ@s pequeños, él triangulo podrá funcionar de todas formas puesto que alguien, mujer u hombre, aceptara participar en él. Pero si la personalidad de la madre la induce a “tener un niño para mi sola”, no se producirá la apertura del triangulo, sino una relación de dominio, deliciosa al principio pero más tarde agobiante hasta la nausea.
La carencia también esta sexualizada: perder a un padre en un estadio preverbal repercute en una dificultad para las tomas de conciencia y frena la socializacion. Sin embargo, la alteración también depende del sexo de la criatura. Los chicos parecen sufrir mas que las chicas. ¿Será quizá que, al identificarse con su madre, las chicas pueden seguir desarrollándose en un mundo femenino en el que se sienten bien? Los chicos, por el contrario, al identificarse con su madre, deben abandonarla un día, so pena de experimentar angustias de naturaleza incestuosa. Ahora bien, si la cultura no dispone en torno a estos niñ@s unas guías de desarrollo para ayudarles a arrancar, no encontraran mas soluciones que la inhibición o la explosión.
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La calidad biológica de estos niñ@s era sin duda alguna buena, ya que se puede creer lo indicado en los certificados que acreditaban su condición de arios. Y no obstante, solo un numero muy reducido se desarrollo de forma sana: un 8% murió como consecuencia de la privación de afecto; el 80% sufrió graves retrasos mentales o se convirtió en psicópata delincuente. Solo unos cuantos consiguieron socializarse, con heridas afectivas que les empujaron a una reivindicación extrema de sus orígenes.
Por la misma época, los bombardeos sobre Londres llenaban los orfanatos de lactantes embrutecidos. En algunas instituciones, ninguno moría, mientras que en otras, el 37% se dejaba arrastrar a la muerte porque no había tenido ningún encuentro afectivo.
Era frecuente que los supervivientes se convirtieran en delincuentes o en psicópatas, y que sufrieran graves retrasos intelectuales. Y, sin embargo, algunos encontraron a su alrededor guías de desarrollo que supieron aprovechar para reanudar su desarrollo.
Algunos encontraron la muerte porque no hallaron a su alrededor ninguna guía de resiliencia. Muchos se hicieron delincuentes o psicópatas porque, siendo más fuertes por su temperamento, supieron agarrarse a algún frágil hilo de resiliencia, suficiente para sobrevivir pero no para socializarse. Y algunos pudieron tejerse valientemente porque, al ser capaces de encontrar manos tendidas, se defendieron victoriosamente de los golpes que, en cascada, debe soportar un niño al que no se ha encauzado por el “buen camino”.
Duelos ruidosos, duelos silenciosos
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Perder a la propia madre antes de saber hablar es arriesgarse a perder la vida, es arriesgarse a perder el alma, puesto que nuestro mundo sensorial se vacía y nada se pude impregnar en nuestra memoria. Perder el propio padre antes de saber hablar, es arriesgarse a perder el impulso, el gusto por la vida, puesto que el mundo sensorial que nos permite sobrevivir nos embota hasta la nausea. Sin embargo, ser padre y ser madre es cosa que depende de los discursos sociales, puesto que en nuestra historia, todos los roles, todos los significados, han sido atribuidos a los padres. Y los hij@s siempre se han desarrollado en estructuras afectivas y sociales que difieren en función de las culturas. Por el contrario, sea cual sea la cultura, todos estos niñ@s necesitaron encontrar a su alrededor una estructura estable y diferenciada que les ofreciera un marco de desarrollo.
Cuando un bebé pierde a sus padres antes de la edad de la palabra, todo el mundo sensorial queda deshabitado, y la percepción de esa carencia altera el desarrollo.
La primera reacción de algunos bebés abandonados son los gritos y una hipercinesia que es un equivalente preverbal de la llamada de socorro.
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El devenir de estos niñ@s es comparable al de toda institución donde el desierto afectivo conduzca a la muerte psíquica y a veces física. Muchos mueren y los supervivientes se vuelven retrasados, impulsivos, pendencieros o sumisos.
Desde el momento en que los huérfanos se agruparon en el “Comité de huérfanos de Duplessis”, su nueva identidad social, los combates cotidianos, las lecturas y las duras tareas bastaron para despertarles y para mejorar su rendimiento.
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Muy a menudo es la mirada del adulto la que bloquea el desarrollo del niño. Cuando se coge a los bebés del útero de la madre durante la cesárea, aun se encuentran embotados por la medicación que ha recibido la madre como anestesia; la cabeza de estos bebés se balancea, se amoldan desmadejadamente a los brazos de los adultos y responden con lentitud a los estímulos reflejos. Los padres se asombran de su torpeza. Pero al cabo
de cuarenta y ocho horas, los productos han sido eliminados, e incluso cuando el niño ha vuelto a ser vivaracho, ¿sus propios padres siguen afirmando que es lento!. La madre, que guarda en la memoria la idea de un bebe lento, persiste en responder según la representación que se ha hecho de él, más que por su percepción.
Los niñ@s hipercinéticos, que vociferan y no se están quietos, acaban por generar en sus padres un papel de constante prohibición que exaspera a todo el mundo. Los niñ@s amorfos que no reaccionan nunca a las invitaciones, acaban por general en sus padres un papel de permanentes estimuladores que los fatiga.
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Los primeros años constituyen un periodo sensible para la construcción de los recursos internos de la resiliencia. Sin embargo, cuando un accidente de la vida provoca una laguna, se puede reparar, contrariamente a lo que se pensaba hasta ahora. Incluso en aquellos casos en que los primeros años fueron difíciles, el principio de la impregnación del triangulo sigue siendo posible durante mucho tiempo. Sencillamente, se aprende más rápido cuando la memoria es vivaz, y más lentamente a medida que nos vamos haciendo mayores.
CAPITULO 2
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Antes de la palabra, el niño podía sufrir a causa de una agresión física o por carecer de la figura del vinculo afectivo, y de esta forma ver trastornado su desarrollo. Pero a partir del momento en que ya habla, puede sufrir por segunda vez la carencia de una figura de vinculo afectivo, puede sufrir por la idea que se hace de la agresión y por el sentimiento que experimenta ante la mirada de los demás.
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Hacia los ocho años de edad, Ion decidió hacer obras de teatro, pero como no sabia escribir, lo que pidió representar a sus compañeros del orfanato fue…¿la detención de su madre!. La alternancia de recuerdos claros y precisos, como periodos de sombras sin memoria puede explicarse por los efectos de la palabra. Antes de la palabra, los niñ@s, cuya memoria es
breve, viven en un mundo aun muy contextual. Pero, en el momento en el que empiezan a comprender la palabra de los demás, los objetos se cargan con el sentido que les dan los adultos. La emoción que de este modo se atribuye a las cosas, graba en la memoria del niño la extrañeza que siente ante el gran tamaño del periódico de su padre…, la extrañeza que siente ante la transgresión del hurto de chocolate…., la que le provoca la rara condición de la escalera.
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Reminiscencias
Representaba a su madre desaparecida y lograba que volviese a cobrar vida al hacer que la representaran.
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Charcot, el fundador de la neurología, explicaba las parálisis histéricas por la incapacidad de la mujer para afrontar un choque emocional. Y Pierre Janet, el gran psicólogo, evocaba la insuficiencia de las fuerzas emotivas que no permitían integrar el choque en la experiencia.
De hecho, la guerra de 1940 impulso el autentico trabajo clínico y científico al tratar de evaluarse los efectos físicos y psicológicos que presentaban las victimas de la Shoah.
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Propongo abordar a la luz de este razonamiento los grandes traumas planetarios que hoy en día provocan las guerras, la miseria y las heridas intimas ocasionadas por las agresiones sexuales y el maltrato.
Durante la guerra ruso-japonesa de 1904, Honigmann hablo por primera vez de “neurosis de guerra” en los oficiales rusos. Mas tarde los militares británicos describieron la llamada “sacudida de los obuses”, un principio invocado para explicar mecánicamente los trastornos psicológicos, que, según la hipótesis, se deberían “al aire desplazado por la bala de cañón”, el cual provocaba una especie de “conmoción cerebral” t generaba
manifestaciones histéricas. Todas las teorías explicativas de principios de siglo se dan cita en este razonamiento en el que una fuerza mecánica invisible sacude el cerebro que, alterado, produce síntomas pseudomedicos. Los trastornos constatados se “explicaban” mediante los discursos que estaban de moda y en los que se hallaban inmersos tanto los enfermos como los médicos.
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Constituyen una forma de ansiedad que se incrusta en la personalidad como consecuencia del impacto de la agresión.
El niño, para sufrir menos, debe descubrir estrategias de adaptación que pertenezcan al tipo de evitación: puede aletargarse con el fin de no pensar, esforzarse por sentir desapego, tratar de evitar las personas, los lugares, las actividades e incluso las palabras que evocan el horror pasado, aun vivo en su memoria.
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En cambio, cuando se trata de relaciones humanas, el agresor pierde su poder de seducción.
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En la edad preescolar ( entre los dos y los cinco años), el trauma se materializa sobre todo en aquellas cuestiones relacionadas con una separación o una perdida afectiva. El niño herido reacciona con comportamientos de apego ansioso. Se apega el objeto que tiene miedo de perder y ya no puede separarse de él. Por el contrario, el vinculo de tipo protector le da tal sentimiento de confianza que se atreve a separarse de esos objetos y partir a explorar otro mundo diferente al de su madre. En este estadio, los efectos del trauma se manifiestan mediante comportamientos regresivos, enuresis, encopresis, perdida de los aprendizajes, terrores nocturnos, miedo a las novedades. Antes del periodo comprendido entre los seis y los ocho años, los niñ@s se representan la muerte como una separación, pues todo alejamiento se convierte para ellos en un análogo de la muerte, en una perdida irreemplazable, una ruina de su mundo.
En la edad escolar, la personalización del niño es mas avanzada. Comprende mejor la depresión de sus padres y la causa de su desgracia. Ahora bien, el arma principal para afrontar la adversidad es la fantasía. El aspecto repetitivo de las reproducciones artísticas constituye un entrenamiento, una especie de aprendizaje que permite integrar el trauma, digerir la desgracia y volverla familiar e incluso agradable una vez que se ha logrado metamorfosear. La reproducción del acontecimiento que, antes de la fantasía no era mas que un horror que no podía representarse, se convierta en hermosa, útil e interesante. ¡Atención! ¡No es la desgracia la que se vuelve agradable! ¡Al contrario! Es la representación de la desgracia la que demuestra el dominio del trauma y su distanciamiento en tanto que obra socialmente estimulante. Al dibujar el horror que me ocurrió, al escribir la tragedia que debí sufrir, al hacer que otros la representen en los teatros de la ciudad, transformo un sufrimiento en un hermoso acontecimiento, en algo útil para la sociedad. He metamorfoseado al horror, y en adelante, lo que me habita ya no es la negrura, sino su representación social, una representación que he sabido hacer hermosa para que los demás la acepten y obtengan con ella alguna felicidad. Enseño como evitar la desgracia. La transformación de mi terrible experiencia podrá permitir que otros alcancen el éxito. Ya no soy el pobre niño que gime, me convierto en alguien a través del cual llega la felicidad.
La fantasía constituye el recurso interno más preciado de la resiliencia. Basta con disponer en torno al niño herido unos cuantos papeles, unos lápices, una tribuna, unas orejas y manos para aplaudir, y veremos operar la alquimia de la fantasía. Anny Duperey da fe de la resiliencia de una chica mayorcita cuyo vinculo afectivo era de tipo protector antes de la muerte de sus padres: “(…) la herida que me han dejado en el lugar en que antes se hallaba su amor”. Un vinculo de evitación habría producido obras frías, técnicas, obras cuya forma habría seducido a otros espectadores. He conocido a niñ@s obsesivos asombrosamente liberados por la presión que imponía la consigna teatral que usaba el realizador para codificar cada gesto, cada palabra y cada postura. Estos niñ@s no se atrevían a hacer una elección en su vida cotidiana, pero, extrañamente, sobre el escenario de un teatro parecía espontáneos porque todo estaba dirigido, y eso les hacia felices, ¡eso les daba un sentimiento de libertad!.
Incluso los vínculos confusos, al expresar el desorden doloroso de su mundo interno, conseguirán conmover a ciertos adultos.
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La religión y sus rituales constituyeron sin duda el factor de cohesión del grupo, pero los padres que deseaban integrarse y no volver al país de los asesinos transmitieron a los niñ@s el gusto por la escuela y por la creatividad. Durante mucho tiempo, estas dos palabras, escuela y creatividad, constituyeron los principales factores de integración, y cuando un niño puede alcanzar un desarrollo pleno en su entorno, los procesos de resiliencia se llevan a cabo sin dificultad.
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“Me callo para ser fuerte, y no porque tenga vergüenza”
si la cultura no dispone en torno al niño herido ninguna posibilidad de expresión, el delirio lógico y el paso a la acción proporcionaran un apaciguamiento momentáneo: el extremismo intelectual, la delincuencia politica, o los impulsos psicopáticos se manifiestan regularmente cuando se obliga a estos niñ@s a permanecer prisioneros de su pasado. Sin embargo, tan pronto se les ofrece una posibilidad de expresión, vemos nacer a una persona marginada con gran capacidad creadora.
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Este sentimiento de responsabilidad, exacerbado por el trauma explica la madurez precoz de los niñ@s magullados y nos permite comprender que los niñ@s excesivamente protegidos, los niñ@s a los que se priva del ejercicio de unas cuantas responsabilidades, difícilmente desarrollaran un sentimiento ético.
Los niñ@s heridos, cuando se convierten en resilientes, se ven obligados a desarrollar un sentido moral precoz.
El sentimiento de culpabilidad vinculante explica una estrategia afectiva particular. Cualquier regalo les incomoda y les angustia porque les parece inmerecido. No se regala nada a un culpable, no es moral recompensarle. Estos niñ@s solo se sienten resarcidos cuando son ellos los que dan.
Es lo contrario de nuestro estereotipo cultural que sostiene que “sólo se puede dar lo que se ha recibido”.
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Se trata de una resiliencia parcial, ya que el odio es un afecto que llena por completo la conciencia del que lo experimenta. Por esto mismo, esa persona piensa sin cesar en el agresor y lo frecuenta para mejor agredirle a su vez.
Robar o dar para sentirse fuerte.
La otra estrategia resiliente consiste en dar, para evitar recibir. “puesto que no pertenezco a ninguna familia, no estoy inserto en una red afectiva”, piensa el niño abandonado.
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“Puesto que no pertenezco a nadie, nada poseo” dicen los niñ@s aislados cuando experimentan ese curioso sentimiento genealógico que les hace creer que se posee lo que pertenece a quienes nos aman: “Dado que mis padres me aman, poseo lo que tienen, nuestra casa, nuestros coches y nuestras biciclentas”. Si se le priva del cariño, un niño no posee nada.
Hace algunas semanas, Igor, un niño grandote de tres años, tuvo la varicela. Cuando su madre le acompañó, un poquito antes de tiempo a la escuela, el niño, aun cubierto de postillas, provocó gritos de horror. La directora exclamó haciendo aspavientos: “¡Es contagioso! ¡Atención! ¡Apartaos! ¡Apartaos!” y se puso a vociferar delante de los otros niñ@s. Igor lloro y paso tres horas sumido en la tristeza, lo que a esta edad es señal de que se ha producido un trauma de la vida cotidiana. Al día siguiente, entro en el cuarto de baño mientras su padre se lavaba y exploro atentamente su piel hasta que al fin encontró un granito: “Tienes un grano, le dijo, pero a pesar de todo te doy un beso”. Con tan simple argumento de comportamiento, el niño se había dicho a sí mismo: “Es posible amar a alguien que tiene granos, y yo, ademas, formo parte de las personas generosas que no hieren a los que tienen granos. La vida merece pues la pena de vivirse”. Inmediatamente después de haber representado esta pequeña función teatral, el niño se sintió mejor y retomo el gusto por la vida. Exagero un poco, por supuesto, pero es que ilustrar la idea de que un afecto puede volver a resultar protector tan pronto como el niño retoma el control de sus decisiones y de sus emociones. Hay que tranquilizarle, evidentemente, e inmediatamente después darle la posibilidad de tranquilizarse.
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Colombia, los “gamines”, se adaptan a través de la delincuencia a un medio enloquecido. Experimentan, gracias a los robos, su capacidad de decidir, revalorizan su propia estima gracias a su vivacidad física y luego, orgullosos de sus hazañas, comparten el botín con los menor y van a reconfortarles amigablemente. La delincuencia se convierte, en ese contexto, en un valor adaptativo. Un niño de las calles que no fuera delincuente tendría únicamente una esperanza de vida de unos pocos días. Esta adaptación social, prueba de su fuerza naciente, se asocia con un verdadero sentido ético que les permite, ayudándose mutuamente, preservar su propia estima.
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Con frecuencia, la evocación de los recuerdos provoca emociones que embargan al niño y le impiden hablar.
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En ese mundo, el niño herido debe inventar por si mismo sus propias guías de resiliencia. Por lo general, encuentra dos. La primera tiene lugar en sus relatos íntimos, cuando el niño herido se pregunta porque le ha ocurrido eso, qué quiere decir y que es lo que debe comprender para salir airoso de la prueba. Dado que los adultos no quieren escuchar su razonamiento, tendrá que hacer el solo ese trabajo y el solo tendrá que adquirir nuevo control sobre la representación de su pasado, sobre la creación de un nuevo mundo.
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Grabado en la memoria por la emoción del estrés, el trauma habría vuelto todos los días, en cada uno de los instantes en que la vigilancia disminuye, cuando caen las defensas, tal como sucede en los síndromes postraumáticos.
Sin embargo, para eso hay que trabajar la propia historia, modificar la representación de la tragedia para que el sujeto consiga soportar sus relatos íntimos. A veces incluso, la historia traumática llega a ser socialmente aceptable cuando el herido tiene el talento de componer con ella un diario, una representación teatral o una relación que contribuya a que su sufrimiento sea útil para los demás.
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La puesta en marcha del proceso de resiliencia externa debe ser continuo en torno a un niño herido. Su acogida tras la agresión constituye el primer eslabón necesario – y no forzosamente verbal- para reanudar el vinculo después del desgarro. El segundo eslabón, mas tardío, exige que las familias y las instituciones ofrezcan al niño lugares en donde poder realizar sus representaciones del trauma. El tercer eslabón, social y cultural, se coloca cuando la sociedad propone a estos niñ@s la posibilidad de socializarse. Entonces, lo único que queda por hacer es tejer su resiliencia durante todo el resto de su vida.
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Actuar sin comprender tampoco permite la resiliencia. Cuando la familia se derrumba y el entorno social no tiene nada que proponer, el niño se adapta a ese medio sin sentido mendigando, robando, y a veces prostituyéndose. Los factores de adaptación no son factores de resiliencia, ya que permiten una supervivencia inmediata pero frenan el desarrollo y con frecuencia generan una cascada de pruebas.
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No obstante, en esta misma andadura que hizo pasar a casi todos del derrumbamiento familiar y de la tortura de Buchenwald a la acogida en Francia, las reacciones individuales ya presentaban diferencias. Casi todos tenían una edad comprendida entre los ocho y los catorce años en el momento de la herida, casi todos conocieron las mismas e inmensas pruebas, casi todos quedaron metamorfoseados por la acogida que les brindo Francia. Sin embargo, algunos habrían aprendido demasiado bien el mecanismo de defensa que pasaba por la delincuencia como para dejarse seducir por el placer de la integración. Los que cayeron en esta inercia no fueron los niñ@s que habían sufrido las peores agresiones sino mas bien los que habían adquirido con anterioridad un vinculo afectivo inseguro, de evitación o ambivalente.
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No estoy tratando de afirmar que un vinculo afectivo inseguro conduzca a la delincuencia, pero si estoy sugiriendo la idea de que el aprendizaje de un vinculo afectivo de tipo protector habría hecho mas fácil la reanudación del tejido de la resiliencia tras el desgarro producido por la agresión.
Como a menudo sucede, lo contrario no es cierto. Algunos niñ@s maltratados en el transcurso de sus primeros meses de vida responden a estas inmensas agresiones cotidianas de gritos, de golpes, de quemaduras y de intensos zarandeos, con un embrutecimiento, con un repliegue sobre si mismos que les protege deteniendo su desarrollo. Al hacer que los demás se olviden de ellos, reciben menos agresiones. Este tipo de vinculo embrutecido, que les sirve parcialmente de amparo, les desocializa mucho, puesto que aprenden a relacionarse mal con los demás. Mas tarde, la escuela no tendrá ningún sentido para ellos y llegara incluso a parecerles irrisoria: “El teorema de Pitágoras es ridículo, no tiene sentido. No significa nada –nada- comparado con lo que me espera esta tarde en casa”. La calle, por el contrario, les apacigua un poco, les da un sentimiento de libertad, de distracción, y hasta de alegría….mientras esperan la prueba del frío, del hambre, de los golpes y de la prostitución que les salva, en sus necesidades más inmediatas. Estas defensas adaptatívas protegen a estos niñ@s pero no constituyen un factor de resiliencia porque encauzan su trayectoria existencial hacia un mundo más brutal aún que les herirá cada vez más.
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“Yo doy fe de que no hay heridas que no se puedan cicatrizar lentamente con amor”.
Lo que forja a un niño es la burbuja afectiva que le rodea cada día y el sentido que su entorno atribuye a los acontecimientos.
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El concepto de “carencia afectiva” fue energéticamente combatido por las feministas de los años cuarenta. En especial, la gran antropóloga Margaret Mead sostuvo que los niñ@s no tenían necesidad de cariño para desarrollarse y que las descripciones a de Rene Spitz y John Bowlby correspondían en realidad al deseo de los hombres de impedir que las mujeres trabajasen. Para sostener semejante posición en 1948 había que hacer el esfuerzo de no leer las obras de Anna Freud o Dorothy Burlingham, a las que seguirán las de
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Con frecuencia, cuando hacen un dibujo o una construcción con plastilina, destruyen su obra de repente y se muestran desesperados. Uno tiene la
impresión de que ese argumento de comportamiento quiere decir: “Todo lo que viene de mi carece de valor. No merece que nadie lo mire pues es el testimonio de mi mediocridad”.
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A estos niñ@s, que se hacen adultos demasiado pronto, les gusta ser padres de sus padres. Se sienten un poco mejor viviendo que esta manera que les priva de una etapa de su desarrollo pero que les revaloriza y les socializa. No les feliciten por este comportamiento. Pues detestan todo lo que hacen. Correrían ustedes el riesgo de sabotear ese frágil vinculo. Ustedes los consideraran amables y conmovedores porque son niñ@s. Sin embargo, su aparente lozanía enmascara su malestar. Cuando se es desgraciado, el placer nos da miedo. No solo no se tienen deseos de placer, sino que, además, se siente vergüenza ante la idea de obtener placer. En estos casos, un niño excesivamente adulto descubrirá un compromiso: el de ocuparse de los demas.
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Me gusta renunciar a mi misma, hasta la extenuación”. La abnegación invasora acostumbra al hij@ a una pasividad que más tarde reprochara a su madre, en el momento de la necesaria autonomía de los adolescentes. La madre hiperprotectora, que satisface inmediatamente las necesidades de su hij@, corre el riesgo de inducir a su psiquismo una dificultad para la representación, puesto que todo esta siempre ahí.
Cuando, antes de los dos años, el medio de vida se ha visto conmocionado varias veces seguidas por un desastre social, el niño no encuentra ningún sostén físico o afectivo en el que apoyarse. En este grupo encontramos el mas alto porcentaje de lactantes anacliticos o de niñ@s gravemente deprimidos. No es posible desarrollarse en un medio en el que no hay ninguna referencia física estable y en el que las figuras de vinculo afectivo del triangulo parental se encuentran a su vez apagadas por la desgracia.
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Es preciso hacer notar que, hoy en día, los soldados que mas violan son los que defienden la idea de pureza: es el hecho de engendrar un niño “híbrido” en el vientre de una mujer enemiga lo que la mancilla por encima de todo
limite, ya que le inflige la tortura de criar, abandonar, odiar o tal vez amar al producto de su peor enemigo.
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Lo que protege a un niño, y le ayuda a recuperarse en caso de agresión, es la estabilidad familiar y la claridad de los papeles parentales que organizan la burbuja afectiva. La pobreza, el paro, la desesperación social, juegan un papel bastante claro en los maltratos físicos, carecen de consistencia cuando se trata de agresiones sexuales. Además, en ciertas minorías étnicas pobres, violentas y mal socializadas como la de los afroamericanos, hay muy pocas agresiones sexuales contra los niñ@s.
Por el contrario, se observa que los niñ@s o niñas heridos que se recuperan sin secuelas disfrutaron todos del beneficio de los apoyos afectivos y verbales que permiten la resiliencia.
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El padre estaba de viaje, su propia madre había sido hospitalizada tras un accidente, de modo que el lactante sufrió una autentica depresión anaclitica que, dejando una huella en su memoria biológica, le había vuelto sensible a todos los accidentes de la vida. La excesivamente clara explicación que se había dado recurriendo al “trauma” sexual impidió el descubrimiento de la adquisición de su vulnerabilidad en los primeros meses de su vida. El verdadero trauma no podía representarse porque había sobrevivido en un estadio en el que la amnesia infantil precoz impide la existencia de recuerdos, pero la huella permanecía inscrita en su memoria biológica. Mas tarde, el juego sexual, al adquirir un exceso de valor explicativo, tuvo el efecto de un verdadero trauma.
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Hace mucho tiempo que se enuncio claramente el problema. Ya en 1934, Sándor Ferenczi hablaba de “conmoción psíquica” para resalta la primera fase del trauma: el golpe, el vacío o la alteración que trastorna un organismo. Sin embargo, para transformar un golpe en trauma, es preciso que se produzca una segunda agresión, que, esta vez, tiene lugar en la
representación del golpe. Ahora bien, para lograr la resiliencia de un trauma, hay que disolverlo en la reilación e incorporarlo en la memoria orgánica.
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La negación no borra la huella del trauma en la memoria biológica, pero al evitar las rumiaciones, disminuye los sueños.
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El análisis de los sueños de los que han escapado de un incendio por los pelos revela muy a menudo imágenes de un maremoto o de una fosa en la que se esta encerrado. Por su parte, el análisis de los sueños de las mujeres violadas describe sensaciones de ahogo bajo un montón de trapos sucios y húmedos o de parálisis bajo un camión que gotea aceite. Lo que vuelve en el sueño no es la foto de acontecimiento traumático sino el sentimiento experimentado en el momento de producirse la representación del trauma.
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Incluso en el caso de los niñ@s que se desarrollan bien, el despertar de la creatividad necesita de una carencia. Mientras la figura materna este presente, será ella la que capture su espíritu y la que organice su mundo intimo. Pero tan pronto como la madre se ausenta, el mundo del niño se vacía y, para no sufrir demasiado por esta privación, debe rellenar el espacio real y psíquico con un objeto que la represente. Un trapo, un pañuelo para el cuello, un osito de peluche, provocaran, al sustituirla, una familiaridad análoga a la suya. Este proceso mental es una creación, puesto que es el niño el que elige un objeto y lo pone ahí para representar a la que ya no esta. El símbolo necesita una percepción real antes de poder cargarse de un significado compartido. Todos los bebes saben simbolizar de esta manera, pero para animarles a que lo hagan, para despertar su creatividad, hay que ofrecerles una carencia y no cebarles con afecto. “La creación del símbolo se deriva de la perdida de aquel objeto que, previamente, aportaba toda la satisfacción”.
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Ahora bien, el placer de la percepción es inmediato, fugar, mientras que la felicidad de la representación es duradera. Al inscribirse en la memoria,
estructura nuestras representaciones y gobierna nuestro porvenir. El destete solo es doloroso si se experimenta como una perdida. Cuando el desarrollo es armonioso, la separación de la figura de vinculo afectivo genera mas bien un sentimiento de progreso.
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Este experimento ilustra la forma que adquiren los recuerdos traumáticos: la representación es tan fuerte que captura la conciencia, y la hiperclaridad de algunos detalles significativos ensombrece todo el resto de percepciones.
CONCLUSIONES
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Dediquemos nuestros esfuerzos a la prevención de los traumas y a su mejor reparación. Y para ello, necesitaremos el concepto de resiliencia.
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Carnicería cenagosa, pero, ¿quién se acuerda de los sufrimientos de las poblaciones durante la guerra de Troya?. La estratagema del colosal caballo de madera ha ejercido el efecto de una fábula, ya no evoca la hambruna de diez años de sitio, ni las masacres con arma blanca, ni las quemaduras del incendio que siguieron a esta hermosa historia. La realidad se ha visto transfigurada por los relatos de nuestra cultura enamorada de la Grecia antigua. El sufrimiento se ha apagado, solo queda la obra de arte.
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“Estos testimonios, como el de Bárbara, confirman que la resiliencia no es ni una vacuna contra el sufrimiento, no un estado adquirido e inmutable, sino un proceso, un camino que es preciso recorrer”, dice Paul Bouvier.